TEGUCIGALPA, HONDURAS.
En la cultura popular, las lunas de octubre son especialmente admiradas. Las más bonitas, asegura su relato. Con el comienzo del frío, el otoño recién estrenado y las noches cada vez más largas, el cielo en la penumbra parece estar iluminado como en ninguna otra época, y desde siglos atrás, nuestros ancestros identificaron esta luz repentina en la oscuridad como una señal, un satélite más grande, más redondo, más brillante.
Una luna cambiante en todo su esplendor. Pero, ¿de verdad son especialmente bellas? Como explica en el portal de ‘El Tiempo’ Alejandro Riveiro, escritor de ciencia ficción y aficionado a la divulgación de astronomía, los nombres que han trascendido en ese hilo heredado de conceptos provienen, en su mayoría, de los que empleaban las tribus nativas de América del Norte.
Para aquellas poblaciones, la luna llena de cada mes ya recibía un nombre diferente, siempre relacionado con acontecimientos que se producirían bajo ella. «Es, a decir verdad, de lo más intrigante porque permite ver la relación que tenían nuestros antepasados (en diferentes partes del mundo) con la luna.
Así, por ejemplo, tenemos la luna fría, que es la luna llena de diciembre, por coincidir con la llegada de las noches más frías del año», apunta Riveiro.
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