Se podría decir que el proyecto científico de la vacuna Sputnik V producida en Rusia en el prestigioso Instituto científico Gamaleya ha desarrollado una tenaz capacidad de resiliencia.
Mientras, la vacuna rusa no logra salir del banquillo de los acusados al que la empujan las dos agencias de regulación más importantes del mundo, como la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA), de Estados Unidos, y la European Medicines Agency (EMA) por considerar aún que le falta publicar documentación científica respaldatoria, aparte del paper con revisión de pares publicado en The Lancet con los resultados de seguridad y eficacia de la Fase III.
Junto a la regulatoria brasileña ANVISA, las entidades señalan que la vacuna Sputnik aún plantea interrogantes sobre la integridad de sus procesos de fabricación, y que podría ser un problema de seguridad para las personas con sistemas inmunitarios más débiles, de concluirse que el problema fuera generalizado.
Sin embargo, en este contexto aciago para la proyección global de exportación de la vacunas -a pesar de que hoy se exporta a más de 22 países-, Gamaleya, a través del fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF), hizo un anuncio revelador y muy acorde a los tiempos del “cuello de botella en la produccion de las inoculaciones”, de la escasez que padece el caso argentino y siendo hoy el principal proveedor de vacunas para la Argentina, por los contratos originales firmados (primero se firmó por 20 millones de dosis y luego Rusia se comprometió a 10 millones más).
Pero además el proyecto más vigoroso es la producción nacional de la vacuna Sputnik en asociación con el laboratorio nacional Richmond, bajo el proyecto Sputnik V.I.D.A.
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