¿Por qué me cuesta tanto dormirme en la cama?

¿Por qué me cuesta tanto dormirme en la cama?

Ha sido una jornada dura, salpicada de reuniones extenuantes, seguidas del ajetreo de llevar a los hijos a los entrenamientos, recogerlos y culminar la estampa familiar con el eterno tira y afloja para que hagan los deberes. ¿Un descanso? No. A hacer la cena, recoger los platos, fregar… y, por fin, dar por concluida la jornada. Agotado. Una vez más. Exhausto y, sin embargo, incapaz de ir a dormir. No es que no concilies el sueño sobre el colchón, es que el camino hasta la cama se hace demasiado duro, como si la gravedad conspirara para que no movieras el trasero del sofá al dormitorio. Y el cuerpo pide descanso a gritos. Y así todas las noches. ¿Cómo es posible?

Podría ser cosa de tu cronotipo, que es como se conoce a la manera en la que cada organismo regula el ciclo biológico de sueño-vigilia durante las 24 horas que tiene un día.

Una persona puede ser un búho, trasnochador por naturaleza, o una alondra madrugadora. La gran mayoría están en un punto intermedio.

«El cerebro tiene un pequeño grupo de células –no más grande que un grano de arroz– que es nuestro reloj biológico y que nos hace dormir de noche y estar despiertos de día. En algunas personas este reloj está retrasado, lo que significa que no tienen sueño hasta la una, las dos de la madrugada», explica el especialista en medicina del sueño Eduard Estivill.

Pero no es eso. En ese caso el sueño lo tendrías al madrugar, y tú estás que te caes poco después de cenar. Lo tuyo «tiene mucho más que ver con aspectos psicológicos».

Concretamente con la más pura, dura e inevitable procrastinación, según dos investigadoras alemanas que han estudiado este problema. Un pequeño estudio que publicaron el año pasado en la revista British Journal of Psychology, concluye que la molesta cuestión podría reducirse a un problema de autocontrol.

Tras pasar un cuestionario a 173 universitarios, resultó que aquellos que creían en una fuerza de voluntad férrea eran menos propensos a demorar la hora de irse a la cama, mientras que quienes no confiaban tanto en la autodisciplina retrasaban ese momento entre 40 y 50 minutos.

Buscando los porqués, las investigadoras sugirieron que las personas que creen que la fuerza de voluntad es limitada también son más ansiosas, que les cuesta más relajarse después de un día duro.

Conectarse a la televisión, por ejemplo, les aporta el sosiego en un tiempo relativamente corto. Tiene sentido. Más intrigante es la ironía que todos, en algún momento, hemos sentido: justo cuando uno está especialmente cansado «piensa que debería dormir, pero, por el contrario, se hiperacelera y no es capaz de llegar a un estado de relajación«, dice la psicóloga especializada en trastornos de ansiedad y estrés Bárbara Tovar. En vez de eso, siente como si hubiera abierto un torrente de ideas, recuerdos y pensamientos imposibles de controlar. Y le sofocan.

No son nervios, es el sistema nervioso

Entre las razones que apunta esta experta para explicar esta situación está el hecho de que no se desactiva la tensión del día con un botón on/off; algunas personas necesitan más tiempo que otras para alcanzar el estado de relajación que invita a irse a la cama. «Cuando tenemos jornadas de trabajo muy intensas, nuestro sistema nervioso simpático [una parte del autónomo, que controla los reflejos involuntarios] se mantiene muy activado», señala. Esta parte del sistema nervioso responde a los estímulos del exterior para adaptarnos a los peligros del mundo, y lo hace rápidamente para poder activar la respuesta primaria de lucha o de huida. Por ejemplo, prepara los músculos para la acción, aumenta la presión sanguínea y libera hormonas como la adrenalina. Lo que hace no es precisamente parar las máquinas.

«Es como estar montando en bici y pretender que simplemente levantando los pies de los pedales deje de rodar; es imposible, la propia inercia del pedal va a hacer que durante un tiempo siga dando vueltas. La capacidad de desactivación del sistema nervioso debe ser entrenada, así como la parte cognitiva de nuestro cerebro, que son los pensamientos. Hay muchas veces que físicamente notamos cansancio, pero hay una parte cognitiva, de ideas que no dejan de aparecer, que no nos permiten llegar a un estado de desactivación fisiológica».

Podemos entrenar la desconexión «a través de herramientas como la meditación o ejercicios de concentración. Sobre una colchoneta, o sentados en una silla, se aprende a poner la atención en el movimiento de la respiración, de manera que cada vez que un pensamiento, una preocupación o una tarea inciden en la atención, y la secuestra, poco a poco se va aprendiendo a volver al acompañamiento de la respiración. Cuando uno practica eso de forma sostenida en el tiempo, sin quererlo se va incorporando a las tareas del día a día, que es lo que permite conciliar mejor el sueño cuando llegamos a casa porque mantenemos ‘la maquinaria’ menos activa».

Otro motivo por el que algunas personas demoran el irse a la cama es que buscan un ratito para ellas, para hacer cosas que les gustan —leer, ver películas—, y solo lo encuentran en esa franja entre la vorágine de la jornada y la pernocta. «Intentan alargar ese ratito de estar relajadas. Están buscando un descanso más mental que físico, y por eso retrasan la hora de irse a la cama», dice Tovar. No tiene nada de malo siempre que después duerman las horas necesarias.

Pero si ese problema de la desconexión deriva en pocas horas de sueño habría que analizar los hábitos, el ritmo que marca su jornada (el estrés en el trabajo puede jugar muy malas pasadas) y el tiempo real de descanso del que disfrutan desde que llegan a casa hasta que se acuestan. «Todos debemos tener una rutina de descompresión, que normalmente pasa por ponerse ropa cómoda, preparar la cena, cenar, a lo mejor leer o ver una serie, pero con un ritmo pausado. Buscar actividades que nos produzcan un efecto de relajación, que nos permitan activar el sistema nervioso parasimpático», que es el que promueve la relajación tras un esfuerzo, añade la psicóloga.

Con todo, advierte de que «si retrasamos mucho la hora de ir a dormir se produce un efecto de bola de nieve y al día siguiente estamos otra vez agotados. Si el problema se mantiene mucho tiempo, probablemente deberíamos encontrar maneras de que ese relax de ocio nocturno se pudiera dividir en breves episodios a lo largo de la jornada para no llegar tan sediento de ahora es mi momento«.

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