La sexualidad forma parte de la salud integral y de la personalidad de todo ser humano. Para nuestro pleno desarrollo físico y emocional, todos necesitamos la satisfacción de necesidades básicas como el deseo de contacto, de intimidad, de expresión emocional, de placer y de amor.
Sin embargo, nuestra sociedad actual ha padecido y sigue padeciendo una cierta sexofobia, más o menos solapada según las épocas, por lo que el individuo no es del todo libre para vivir su sexualidad de una manera plena y sin prejuicios, y ya desde el nacimiento, la educación que recibe esa persona está llena de mensajes negativos que limitarán en un futuro su capacidad comunicativa, tanto emocional como sexual.
La Organización Mundial de la Salud, desde 1975, considera que se necesitan tres elementos primordiales para experimentar una buena salud sexual:
Tener posibilidad de disfrutar de una actividad sexual reproductiva con un equilibrio entre ética personal y social.
Poder ejercer la sexualidad sin temores, vergüenzas ni culpas, es decir, sin factores psicológicos y sociales que interfieran con las relaciones sexuales.
Poder ejercer la actividad sexual sin trastornos orgánicos, enfermedades o alteraciones que la entorpezcan.
Las bases de la salud sexual van a ser, principalmente, la educación sexual y el mantenimiento de la salud física y psicológica del individuo. Sin embargo, todavía hay muchas personas que se oponen a que la educación sexual sea una materia de estudio obligatorio para nuestros niños y jóvenes, al igual que muchos también se niegan a dedicar más recursos al mantenimiento de la salud psíquica y emocional de la población.
Los seres humanos, a lo largo de su vida, tienen que encajar en su personalidad cambios que se relacionan con su sexualidad. Entre los más complejos se encuentran la orientación y la identidad sexual y, aunque nuestra sociedad aparentemente es tolerante, la realidad es que las personas que se muestran “fuera de la norma” sufren con mucha frecuencia ansiedad y depresión en su propio proceso de aceptación sexual, siendo los jóvenes los más vulnerables y sufriendo daños, a veces irreparables, en su autoestima y en su personalidad.
Los cambios propios del proceso evolutivo provocan necesidades de adaptación psicológica que a veces favorecen la aparición de disfunciones sexuales, como sucede por ejemplo en el adolescente con el descubrimiento del propio cuerpo y con el inicio de las relaciones sexuales. También a lo largo de la vida se van a producir cambios hormonales y emocionales importantes que van a afectar plenamente la sexualidad del individuo, como pueden ser el embarazo, el posparto, la menopausia o la andropausia. Y por si esto fuera poco, se pueden producir disfunciones sexuales por múltiples causas, tanto físicas (por enfermedades o por tratamientos) como psicológicas.
Se ha demostrado mediante numerosos estudios científicos que la salud sexual es un importante indicador del grado de salud general de los individuos y de su satisfacción con la vida. De hecho, hay datos que la relacionan con la longevidad, con el bienestar y con la felicidad, pero a pesar de ello, sorprende que no se busque proactivamente ni que se le otorgue la importancia que debería, de una manera seria y profesional.
En este campo hay mucho intrusismo, por lo que no todo el mundo que habla de sexo sabe lo que dice, o lo que es peor, a veces transmite conceptos obtenidos de su propia cosecha, lo que puede ser muy perjudicial para el receptor del mensaje. Quizá merecería la pena que dedicáramos más recursos al conocimiento y al estudio de la salud sexual y que los médicos le diéramos la importancia que le corresponde, para formarnos más y así poder ayudar mejor a nuestros pacientes.
La promoción de la salud sexual, es decir, la posibilidad de que las personas que acudan a un profesional de la salud puedan hablar de estos temas, de sus miedos, de sus dudas, de las relaciones sexuales de riesgo o de las disfunciones sexuales, debería ser también un objetivo del sistema nacional de salud, pero desgraciadamente esa no es la realidad que vivimos. Por un lado, no hay suficientes profesionales de la salud bien formados en Sexología que pudieran cubrir estas necesidades de la población, pero por otro lado tampoco los españoles estamos educados y preparados para hablar de sexo con seriedad y sinceridad ante un desconocido.
Cuando un profesional dice que es sexólogo o sexóloga, casi siempre se percibe una sonrisa en quien le escucha, unas veces motivada por la sorpresa, otras por el desconocimiento, pero la mayoría de las veces por el morbo y los pensamientos equivocados que se desencadenan.
Los sexólogos somos expertos en el comportamiento sexual de las personas, entendiendo al individuo como un ser sexuado desde el momento en el que nace hasta que muere y asumiendo todo lo que ello pueda implicar. La sexualidad, además de con el cuerpo, guarda relación con muchos factores influenciadores, especialmente relacionados con la experiencia pasada, la experiencia presente, la personalidad, las emociones y la cultura del individuo, por tanto, su abordaje requiere un enfoque multidisciplinar, basado en el estudio y en el conocimiento del ser humano y de su comportamiento. Un conocimiento que se inicia mediante postgrados universitarios y del que, como sucede con cualquier otra ciencia, nunca se puede decir que se ha alcanzado la cima.
Al nacer ya lo hacemos como seres sexuados y, desde ese mismo momento, empieza nuestra evolución como tales, por lo que independientemente de nuestra edad, de nuestra condición física y de nuestra vocación, mientras tengamos vida, los seres humanos siempre sentiremos y expresaremos nuestra sexualidad (la negación de la misma también va a ser una forma de expresarla). A lo largo del ciclo vital irán surgiendo diferencias notables y tener conocimiento de ellas hará que sea más fácil mantener una buena salud sexual, sin conflictos ni sentimientos de culpa.
Una buena educación sexual nos ayudaría a relacionarnos mejor, a disfrutar plenamente del sexo, a no correr riesgos innecesarios, a tener menos complejos y, en definitiva, a ser más felices.
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