TEGUCIGALPA, HONDURAS.
El 19 de abril de 1943 se produjo levantamiento del gueto de Varsovia. Ocho décadas del intento más famoso de resistencia judía contra los alemanes.
Adolfo Hitler estableció en Varsovia el gueto más grande de Europa durante la Segunda Guerra Mundial, donde lo habitaron unos 380.000 judíos, casi un 30% de la población total de la capital. Inmediatamente después de la rendición de Polonia los judíos de Varsovia fueron sometidos a ataques brutales y reclutados por la fuerza a realizar trabajos forzados.
En noviembre de 1939 se legislaron las primeras medidas contra ellos: fueron obligados a llevar brazaletes de color azul y blanco con la Estrella de David y se aplicaron varias normas de carácter económico cuyo resultado fue la pérdida total del sustento para la inmensa mayoría.
En noviembre de 1940, 360.000 judíos fueron hacinados dentro del gueto de Varsovia y el 16 de noviembre de 1940 fueron totalmente encerrados en el gueto. Sus habitantes comprendían un tercio de la población de la ciudad, pero ahora ocupando forzadamente una superficie equivalente al 2.4% de la misma. Más de 80.000 murieron a causa de las terribles condiciones que reinaban en el lugar, especialmente enfermedades, hambre y comenzando en julio de 1942 las primeras deportaciones a los campos de exterminio.
Para complicar más aún este drama siniestro, decenas de miles de refugiados expulsados a Varsovia aumentaron a 450.000 el número de personas confinadas. Rodeados por un muro que fueron forzados a construir bajo una vigilancia severa y violenta para aislarlos del mundo exterior, dentro del gueto sus vidas agónicas transcurrían diariamente entre una lucha porfiada por la vida o la muerte donde esta segunda opción siempre ganaba, lamentablemente.
Las condiciones eran insoportables: el hacinamiento espantoso, multitud de personas por habitación y las raciones de alimentos que constituían no más de un diez por ciento de los requerimientos diarios de un ser humano. La actividad económica era nula y aquellos que participaron en alguna de tipo ilegal o que poseían algún ahorro, constituyeron el minúsculo grupo que lograron sobrevivir, sólo por un tiempo.
Afortunadamente, las murallas del gueto no lograron paralizar la creación cultural de sus habitantes. Intelectuales y científicos no interrumpieron sus actividades a pesar de las graves circunstancias que los rodeaban. Por el contrario, la ocupación nazi y la expulsión al gueto impulsaron a muchos artistas y creadores a expresar la tragedia que conmocionó sus existencias. Tanto es así que en el gueto funcionaron incluso, bibliotecas clandestinas. El estudio, la música y el teatro, realizadas en la más completa clandestinidad, se convirtieron en un refugio fantasmagórico ante la pavorosa e indescriptible realidad que los rodeaba.
El gueto se convirtió en un foco de epidemias y de mortalidad masiva, como vimos y en el campo de exterminio de Treblinka fueron asesinados más de 300.000 judíos pertenecientes a esta “cárcel” de la capital polaca. Sin embargo, es importante destacar que entre 1941 y 1943 los movimientos de la resistencia al nacional-socialismo conformaron aproximadamente 100 grupos judíos en toda Europa y como titulamos este ensayo, el primer intento y más famoso de resistencia judía contra los alemanes en una lucha armada tuvo lugar en el gueto de Varsovia.
Cuando los informes sobre los asesinatos en masa en los centros de exterminio se filtraron, un grupo de sobrevivientes en su mayoría jóvenes, formó una organización llamada Z.O.B. (Organización Judía de Combate), dirigida inicialmente por Mordecai Anielewicz, 23 años, quien emitió una proclama que llamaba al pueblo judío a resistirse. En este contexto, recordemos que en enero de 1943 los despojos humanos del gueto de Varsovia abrieron fuego contra las tropas alemanas cuando intentaban arrestar a otro grupo de habitantes. Los combatientes utilizaron armas que habían introducido de contrabando y esta pequeña “victoria” inspiró a los combatientes a prepararse para una resistencia que no tardó en llegar.
En el mediodía del 19 de abril de 1943, hace hoy 80 años, comenzó el alzamiento del gueto de Varsovia después de que la policía y las tropas alemanas ingresaran para deportar a un número considerable de los habitantes sobrevivientes. Setecientos cincuenta judíos lucharon tenazmente contra la abrumadora superioridad nazi, muy bien entrenada y con masiva cantidad de armamentos de guerra. Los heroicos combatientes levantaron barricadas en las calles, dentro de edificios e incluso en bunkers secretos, dispuestos a resistir a cualquier costo.
Después de tres días de combate desigual, asimétrico, las fuerzas hitlerianas comienzan a prender fuego, edificio por edificio para obligar a los judíos salir de sus escondites. Los escuálidos hombres pudieron mantenerse durante casi un mes, pero el 16 de mayo de 1943, la resistencia terminó. Cruelmente, los alemanes habían aplastado el primer levantamiento masivo contra el nacional-socialismo.
Como represalia los nazis hacen explotar la Gran Sinagoga de Varsovia, marcando así el fin del levantamiento. Los alemanes al mando del temible y paranoico General (SS) Juergen Stroop comienzan la destrucción final del gueto y la deportación de los judíos restantes. De los 56.000 que quedaban, aproximadamente 7.000 fueron fusilados y los restantes fueron deportados a los campos de exterminio para ser luego aniquilados.
Como reconocimiento mundial eterno y permanente a este heroico primer grito de libertad que concluyó dos años más tarde cuando el nazismo es derrotado definitivamente el 8 de mayo de 1945, es menester no olvidar que los regímenes totalitarios se caracterizan, en primer lugar por disponer completamente la vida de las personas, siendo los habitantes de los países donde se establecen estos tenebrosos regímenes, un medio para los fines de los dictadores. Friedrich Hayek, en su libro “Camino de servidumbre”, decía al respecto: “Desde el momento en que se admite que el individuo no es sino un medio para servir los fines de una entidad superior, siguen inevitablemente todas aquellas características del totalitarismo que a nosotros nos horrorizan”.
Si bien estas doctrinas oprobiosas prohíben el ejercicio de todos los derechos individuales, es importante destacar que en este nuevo milenio las restricciones parciales a la libertad y propiedad que gobiernos democráticos aplican mediante regulaciones con visos de legalidad en materia civil, política y económica, no es otra cosa que un “totalitarismo parcial”, que lo vemos con preocupación manifiesta en varios países occidentales. Ludwig von Mises lo advertía de esta manera: “En cuanto se abandona el principio de que el Estado no debe intervenir en la vida privada de los ciudadanos, acabamos regulándosela a éstos hasta en los más mínimos detalles. Desaparece la libertad individual”. Asimismo juan Bautista Alberdi con meridiana claridad expresaba…” los derechos individuales son el dique de contención al avance del Estado sobre los ciudadanos”.
En este contexto, recordemos que el nacionalismo, generalizando, los populismos “in extremis”, están convencidos en coincidencia con la izquierda, que el mundo está constituido por diferentes naciones con similares afanes de hegemonía. Para ellos, el mal supremo es la pérdida de identidad, no de la libertad y el único que puede realizarlo es otra nación más poderosa. Es decir, necesitan en forma permanente de un enemigo natural que normalmente es un país vecino, buscando que las fronteras sean murallas indestructibles, muros de acero y cemento que dividen, con el objeto de aislarlos de todo lo malsano que para ellos, proviene del exterior.
Nuestra concepción liberal nos indica por convencimiento profundo, no por imposición, que las fronteras deben ser puentes de integración política, social y económica, combatiendo de esta manera al aislacionismo en todas sus formas, término éste último, tan caro a los totalitarismos tanto de extrema derecha como de izquierda.
Por ello, para que nunca colapsen las democracias, debemos enfrentarlos sin concesiones emocionales o intelectuales: la fuerza de esta cruzada está en la convicción de nuestros principios que se fueron gestando desde hace trescientos años cuando las cadenas de la opresión medieval fueron cortadas por las extraordinarias ideas de la libertad que germinaron inicialmente en el viejo continente, contra el despotismo ilustrado y luego se propagaron inicialmente hacia América del Norte, como un reguero de pólvora imparable, de libertad.
En conclusión, recordemos que la llama sagrada que encarna los más altos ideales de dignidad del individuo se extendió en forma fulminante a costa indudablemente de innumerables, penosos sacrificios, no olvidando jamás que los derechos individuales de todo ser humano es anterior y superior a cualquier Estado o gobierno de turno. Por todo ello tomemos con pasión y firmeza esa antorcha flamígera, la de los valientes polacos que prefirieron la muerte a la opresión indigna, llevándola con gloria en beneficio de la actual y de las futuras generaciones que se merecen un mundo cada vez más Republicano y Democrático, sintetizado en los postulados liminares del Liberalismo: seguridad jurídica, confianza económica y estabilidad política. Sin ellos, las naciones no pueden sobrevivir, nunca.
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