ESTADOS UNIDOS
El presidente Joe Biden caminó el domingo por un tramo lodoso de la frontera entre Estados Unidos y México, e inspeccionó un transitado puerto de entrada, en su primer viaje a la región en los dos años que lleva en el cargo, en una visita que se vio ensombrecida por la tensa situación en torno a la política migratoria, ya que los republicanos tratan de culparlo por las cifras récord de migrantes que entran en el país.
En su primera parada, Biden observó mientras los agentes fronterizos del El Paso le mostraban cómo revisan vehículos en busca de drogas, dinero u otros artículos de contrabando. Luego se dirigió a una calle polvorienta con edificios abandonados y caminó a lo largo de una cerca fronteriza de metal que separa a El Paso de Ciudad Juárez, en México.
Su última escala fue en el Centro de Servicios para Migrantes, en El Paso, pero no había migrantes a la vista. Mientras le informaban de los servicios que se ofrecen allí, le preguntó a un trabajador de ayuda humanitaria: “Si yo pudiera agitar la varita mágica, ¿qué debería hacer?” La respuesta no fue audible.
La visita de casi cuatro horas de Biden a El Paso se realizó bajo un intenso control. No encontró a migrantes, salvo cuando su convoy pasó junto a la frontera y aproximadamente una docena se agruparon del lado de Ciudad Juárez. Su visita no incluyó pasar a una estación de la Patrulla Fronteriza, donde los migrantes que cruzan ilegalmente son detenidos. No hizo declaraciones públicas.
La visita pareció diseñada para exhibir una forma de operar que funciona sin contratiempos para procesar a los migrantes legales, erradicar el contrabando y tratar humanamente a las personas que han ingresado ilegalmente, creando una narrativa contraria a los alegatos de los republicanos de que existe una situación de crisis equivalente a que la frontera esté abierta.
Pero probablemente su recorrido servirá de poco para acallar a los críticos de ambos bandos, incluyendo a los activistas por los derechos de los inmigrantes que lo acusan de establecer políticas crueles que no son distintas a las de su predecesor de línea dura, Donald Trump.
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