A medida que se acerca al día de las elecciones en Estados Unidos, aumentan los temores sobre la posible interferencia electoral de una fuente nueva: el «ransomware» o programa de secuestro de datos, como es conocido en español.
Se trata de un tipo de «software» malicioso que bloquea la computadora de la víctima y la deja inutilizable hasta que la persona paga al atacante, frecuentemente en bitcoins. Este tipo de ciberataque ha empeorado y, en los últimos años, los ataques de «ransomware» afectaron a objetivos tan variados como el gobierno de la ciudad de Baltimore, el sitio web de un distrito de salud pública de Illinois y la Universidad de California.
No hay evidencia de que los ataques cibernéticos hayan comprometido la infraestructura de votación en 2020. Pero el término «ransomware», comprensiblemente, tiene a muchos estadounidenses nerviosos; evoca pensamientos aterradores de interrupciones generalizadas de computadoras, caos en entidades críticas como hospitales o bancos, y oscuros «hackers» con una agenda oculta. ¿Cuánto podría el «ransomware» distorsionar las elecciones y cuán preocupados deberíamos estar?
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