Por un tiempo pareció que eran amigos. El presidente ruso Vladimir Putin, exoficial de inteligencia de la KGB, había logrado alejar lentamente a uno de los miembros más incómodos de la OTAN: el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Parecía que siempre estaban hablando por teléfono, Turquía fue expulsado del programa F-35 liderado por EE.UU. por comprar el sistema de misiles de defensa aérea S-400 de Rusia, y Ankara pareció de repente más cerca de Moscú que de la alianza con sede en Bruselas.
Pero cómo ha cambiado eso. Después de enfrentarse en Siria, respaldar a bandos opuestos en Libia y, en general, encontrar al otro irritante en sus respectivas pujas para capitalizar la retirada regional de EE.UU., Putin y Erdogan ya no tienen la comunicación de antes. De hecho, con los combates en curso y en aumento entre Armenia y Azerbaiyán por el enclave de la región de Nagorno-Karabaj, Erdogan ha dejado a Putin en quizás su situación más complicada en años.
Pero parece estar perdiendo algo de terreno. Y a medida que los bombardeos llegan a zonas civiles con mayor frecuencia y profundidad en ambos lados, hay un silencio ensordecedor desde Moscú. El líder regional, vecino de Azerbaiyán pero que tiene una alianza de seguridad formal con Armenia, ha utilizado la diplomacia para exigir que se frene el uso de armas. No obstante, hasta ahora ha visto cómo se desarrolla este episodio complicado en su patio trasero sin su influencia perceptible.
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