TEGUCIGALPA, HONDURAS.
Los perros son los animales de compañía por excelencia en el mundo. ¿Por qué? Porque estas especies tienen la mayor presencia y el más estrecho vínculo en cualquier estructura familiar de cualquier país o región más allá de su cultura o de su ubicación geográfica. En ese marco, sabemos de su paralelismo con el lobo: se trata nada más y nada menos que de una similitud incluida en el ADN.
Durante el período Paleolítico los seres humanos “crearon” al perro. Esto se dice porque en aquellos años domesticaron a un grupo de lobos más mansos y valientes que se acercaron a los hombres y a las mujeres mucho más que otros animales. Este fenómeno de la domesticación del lobo y del nacimiento del perro marcó un hito fundacional en el estilo de vida del planeta Tierra.
Así las cosas, este fue el comienzo de una relación que parece haber surgido de la siguiente premisa: “Cuídame de noche y yo te alimento de día”. Como se ve, se trata de un lazo muy fuerte que marcó el inicio del contrato animal más dúctil, preciso y trascendente de toda la evolución del ser humano.
Este contrato mutuo con el perro lleva más de 35.000 años y perdura hasta nuestros días. El vínculo, afortunadamente, se ha perfeccionado con el devenir de los años y se tiene una abundante cantidad de información sobre los canes y sobre cómo convivir con ellos. Actualmente, forma parte de la normalidad y de lo cotidiano que un perro sea un integrante más de la familia.
Como toda relación en general, esta ha sido de ida y vuelta: es recíproca en todos los sentidos y lo que ha tenido como consecuencia es que el perro también sepa y conozca mucho sobre nosotros y nuestro entorno. Por ejemplo, estos animales tienen una especial capacidad innata para detectar las situaciones estresantes que los seres humanos sufrimos cotidianamente.
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