Cuando todavía nos encontramos en plena batalla contra el coronavirus Sars Cov2 reaparece el azote de la peste negra que nos retrotrae a terribles momentos de la época medieval. De todas formas no está justificado el pánico.
Es una bacteria, no un virus.
Lo más tranquilizador que podemos decir sobre la reaparición de la peste negra es que el agente causante no es un virus, sino una bacteria, y las bacterias son sensibles a los antibióticos, de manera que en este caso podemos luchar contra el enemigo.
La bacteria se llama Yersinia pestis y tiene un tristísimo pasado como agente de pasadas epidemias que han diezmado en otras épocas a Europa durante la Edad Media, y posteriormente en el siglo XVII. No es exagerado hablar de 100 millones de muertos como resultado de sus sucesivas oleadas históricas, pero desde luego la población medieval europea sufrió al menos la baja de 50 millones de personas.
Al tener que enfrentarnos a una infección bacteriana, como es el caso de la peste, es momento de recordar a los grandes benefactores de la humanidad, con Fleming como pionero, que abrieron la llamada «Era antibiótica» tras el descubrimiento de la penicilina por el sabio inglés.
Las bacterias son atacadas por los diferentes antibióticos que se han ido descubriendo o elaborando y gracias a esta susceptibilidad podemos respirar relativamente tranquilos, pero sólo relativamente, porque las bacterias son capaces de mutar y hacerse resistentes a antibióticos que mataban o detenían el avance de cepas anteriores del microbio.
Como consecuencia de tal capacidad de adaptación microbiana, los científicos advierten de la aparición de «superbacterias» muy resistentes que sólo pueden ser controladas mediante la constante investigación para conseguir nuevas variedades de antibióticos capaces de atacar a las cepas resistentes. En todo caso no podemos dar por definitiva nuestra lucha contra las bacterias patógenas.
Aclaremos que no todas las bacterias son malas o peligrosas, sólo lo son las patógenas, productoras de enfermedades, mientras otras son imprescindibles para el equilibrio de nuestro organismo, como las que viven en nuestro intestino ayudando a la digestión o sintetizando vitaminas, o también para el funcionamiento ecológico, como las que fijan el nitrógeno atmosférico en el suelo.
El brote de Mongolia nos recuerda tristísimos momentos históricos
El brote que ha alarmado a Mongolia y a China se ha detectado en dos personas jóvenes habitantes de la ciudad mongola de Tsetseg, cerca de China y a unos cincuenta kilómetros al sur de Siberia. De manera inmediata se ha cerrado la frontera y se ha rastreado el contacto de los enfermos con personas de su entorno, lo que ha arrojado la cifra de 146 en primer término y 154 en segundo eslabón de la cadena. Todo parece controlado.
Lo que nos recuerda este suceso es la incapacidad del hombre para acabar con un microbio que ha sido uno de sus más temibles enemigos a lo largo de la Historia. La peste negra causó distintas oleadas en el siglo XIV, todas con brote en Oriente y desplazamiento hacia Occidente; el agente transmisor era la rata negra (Rattus norvegicus) y el intermediario, una pulga habitual en dicha rata, la Xenopsilla cheopus.
En el citado siglo XIV las poblaciones humanas huían despavoridas al campo cuando comenzaban aparecer ratas muertas, ya que aunque no conocías el origen de la plaga si asociaban ésta con los restos de roedores. Tras decaer en unos años la peste reapareció en el siglo XVI, con tremendos ataques como los de Londres (1665-1666), 75.000 muertos; Viena (1679), 76.000 o Imperio Otomano (1675), donde sólo en la Isla de Malta acabó con la vida de 11.000 personas.
En la ciudad de Viena los turistas se sorprenden ante un complicado monumento barroco, la «Columna de la Peste», situada en la calle Graben, en la que multitud de figuras en distintos escorzos recuerdan el terror del pasado.
¿Qué es la «peste negra»?
Estamos ante una verdadera «zoonosis»: enfermedad que afecta o es portada por distintas especies animales (epizootia) y que puede en determinadas condiciones saltar al hombre (zoonosis). En la mayor parte de las zoonosis actúa como vector intermediario un artrópodo, insecto o arácnido por lo general, que pica al animal infectado y posteriormente a un miembro de nuestra especie.
La tristemente célebre plaga medieval, cuya bacteria parece similar a la detectada en Mongolia, produce en primer lugar una forma que afecta al sistema linfático dando origen a los famosos «bubones», bultos axilares, inguinales o situados en el cuello. El cuadro patológico comprende fiebre, malestar, dificultad respiratoria, dolores articulares y parálisis pero puede evolucionar hacia una forma neumónica (respiratoria) con afección pulmonar y transmisión de persona a persona a través de las vías del aparato respiratorio: en este caso es aún más contagiosa.
El nombre de «peste negra» con el que fue conocida la enfermedad desde los siglos XIV al XVII se debe a que muchos afectados adquirían un color de tez muy oscuro en las fases preliminares a la muerte.
Sin tratamiento la mortalidad superaba el 90 por ciento, lo que convertía esta enfermedad en devastadora y de hecho la Europa medieval perdió casi la mitad de su población durante las peores oleadas; afortunadamente, no ya la aparición de los antibióticos sino incluso la de las sulfamidas, frenó en seco esta epidemia y la mandó al baúl de los recuerdos, pero no al de las enfermedades extinguidas.
En todos los casos de zoonosis es decisivo encontrar el reservorio animal, es decir la especie o el conjunto de especies que portan el germen sin verse afectados mortalmente e incluso de manera asintomática. Los brotes actuales se centran en la marmota, y sobre todo en la costumbre de comer estos animales sin cocción previa. En las oleadas medievales se acusó al merión (Merionus persicus), un pequeño roedor de Afganistán parecido a los gerbillos, de manera que una pelea entre un merión y una rata podía dar inicio a una cadena este-oeste con resultado de millones de muertes humanas.
Bendita «Era antibiótica» y bendito el recuerdo de los insignes médicos descubridores de antibióticos con Sir Alexander Fleming a la cabeza.
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