Kylian Mbappé corre a más de 37 kilómetros por hora. Es el futbolista más rápido del mundo. Le compiten desde Alemania hasta Africa. Pero nadie le gana.
En los canales de televisión de la Argentina se habla de velocidades. Sebastián Villa, dicen, corre más rápido que todos los futbolistas de nuestra AFA y hasta que el Correcaminos. No hay registros específicos. Pero parece que es cierto. Villa es -al decir de los periodistas de la vieja guardia de esta sección- «un rapidito». Corre, Villa, corre.
Ahora, tiempos de GPS y de drones, se miden las velocidades de los futbolistas. ¿Cuánto corre? ¿Cuánto le late el corazón? ¿Cuánto líquido pierde en cada tramo del partido?
La Bundesliga es uno de los espacios más rigurosos en esa recolección de datos. Achraf Hakimi -lateral del Borussia Dortmund, propiedad del Real Madrid- se convirtió en el último diciembre en el jugador más rápido de la máxima competición alemana desde que comenzaron a registrar datos en la temporada 2011-12. Alcanzó los 36,20 kilómetros por hora.
Pero no. No es el récord. Hay otros. Hakimi ocupa el cuarto lugar. Adama Traoré Diarra, del Wolverhampton, es el tercero. Gareth Bale, del Real Madrid, marcha segundo a sus 29 años. Y el uno, el principal velocista en la era de los supersónico es Kylian Mbappé.
Mbappé vuela, incluso en partidos en los que no es su figura ni la estrella más brillante. Tiene 21 años. Lo cuenta la historia: es un crack precoz. Es un hito en el recorrido de los tiempos. Está llamado a ser el heredero de la Generación Messi-Cristiano, otros dos que le pusieron goles a la velocidad…
Su mamá Fayza Lamari -destacada jugadora de handball; de origen argelino- sonríe. Sabe que en el vestuario del PSG ya deberán cuidarse con las cargadas para su nene. Neymar y Dani Alves le solían decir Donatello, como a uno de los personajes de las tortugas ninjas. A él no le gustaba. «Corre, sólo corre. Es un corredor», decían algunos sobre él en ese vestuario. Corriendo eliminó a la Argentina de Lionel Messi y corriendo ganó el Mundial de Rusia.
Por la piel y el origen, decirle «corredor» era un modo de minimizarle sus destrezas y su condición de crack creciente. En el club del barrio, el AS Bondy, cuentan que no lo podían parar ni aunque le pegaran. El seguía, tipo Maradona en los ochenta.
El velocista que ahora no para de ganar con el PSG sigue yendo a ese espacio que lo abrazó y lo formó. Allí donde ahora, además de visitante frecuente, es un pertinaz emprendedor solidario. Kylian es parte de la compleja amalgama de la Francia que se exhibe a partir del fútbol y que tan bien retrata el documental Les Bleus.
Sólo hubo un pibe en la historia más influyente que un Sub 20 como Mbappé en la vida de las Copas del Mundo. Un tal Pelé. En 1958, O Rei, con 17 años y rodeado de estrellas, convirtió seis goles en sus cuatro presentaciones. Algunos dijeron que era la Navidad del Fútbol. Después se discutió un poco al respecto, a partir de las magias de Diego bajo el cielo de México.
Lo escribió Eduardo Galeano, sobre la velocidad: “Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera”.
Pero la velocidad no parece un registro exclusivo de ningún tiempo. Lo cuenta el historiador y periodista Oscar Barnade en el espacio Informe Escaleno: «Me llamó la atención de Di Stéfano, ya en el Real Madrid, cómo iba a buscar la pelota casi a la mitad de la cancha y de ahí iniciaba una carrera veloz, un sprint como decían antes, tiraba una pared con Puskas, con Rial, o con Gento, y casi siempre la jugada finalizaba en gol de La Saeta Rubia. Claro, el apodo deviene de su velocidad».
¿Y Maradona? Todavía sigue eludiendo coreanos, italianos, búlgaros, uruguayos, ingleses, belgas y alemanes para que el mundo sepa que la velocidad también puede ofrecer belleza. O algo así…
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