El ex presidente egipcio Hosni Mubarak, desalojado del poder hace nueve años, ha fallecido este martes a los 91 años de edad en un hospital de El Cairo, ha confirmado la televisión estatal egipcia tras horas de rumores.
El fallecimiento, adelantado por varios medios de comunicación locales, entierra una era en el país más poblado del mundo árabe. Mubarak, que habría cumplido los 92 años el próximo mayo, gobernó el país durante cerca de tres décadas. 18 días de revueltas populares precipitaron su ocaso político el 11 de febrero de 2011.
Según su abogado Farid el Dib, la salud del anciano se había resentido en los últimos tiempos. Hace un mes había ingresado en la unidad de cuidados intensivos de un hospital militar de la capital tras ser sometido a una operación de estómago. La intervención le causó ciertas complicaciones que lo habían mantenido en la UCI desde entonces.
El nonagenario, que batalló hace nueve años para mantenerse en palacio, recibió una última buena noticia el pasado sábado. Sus hijos Alaa y Gamal, de 59 y 56 años respectivamente, fueron absueltos por un tribunal de El Cairo en el caso que se inició en 2012 por vulnerar el reglamento del mercado de valores y enriquecerse ilícitamente con la compra de acciones del Banco Nacional, poco antes de su adquisición por una entidad kuwaití.
Mubarak recibió la exculpación de sus vástagos «con un estado de placer y felicidad a pesar de su estado de salud», ha reconocido su abogado. El funeral por Mubarak será celebrado a última hora de este martes en la mezquita del mariscal Tantaui, en un complejo de las fuerzas armadas egipcias emplazado a las afueras de la capital. Según las autoridades, sólo está autorizada la asistencia de amigos y familiares.
Hasta hace unas semanas, el ex presidente egipcio -que llegó al poder en octubre de 1981 tras el asesinato de Anuar al Sadat en un desfile castrense a manos de un militante salafista- había residido en una palacete en el barrio cairota de Heliópolis, rodeado de estrictas medidas de seguridad. Fue la misma mansión en la que vivió junto a su esposa Suzanne, de 78 años, y sus hijos durante sus décadas en el poder.
Desde su jubilación forzada por la multitud congregada en la plaza Tahrir de El Cairo, Mubarak asistió a un interminable proceso judicial. Tras anunciar su renuncia en televisión, Mubarak tomó un helicóptero e inauguró su fugaz retiro en la ciudad turística de Sharm el Sheij, a orillas del mar Rojo. El 3 de agosto de aquel año, sin embargo, el fogonazo del caudillo postrado en una camilla, parapetado detrás de unas gafas de sol y enjaulado recorrió el planeta.
Desde entonces su destino ha conocido tantos requiebros como los sufridos por el país que una vez gobernó como si se tratase de su hacienda. En marzo de 2017 el dictador abandonó el hospital militar de Maadi, donde había permanecido desde agosto de 2013, una semana y media después de que el Tribunal de Casación hiciera pública la sentencia definitiva en el bautizado como «juicio del siglo», que trató de dirimir la participación de Mubarak en la muerte de más de 850 manifestantes durante el levantamiento que forzó su huida.
Durante un lustro, el proceso conoció hasta tres fallos -desde la cadena perpetua inicial a la absolución final- y dos repeticiones que, lastradas por la falta de colaboración de la administración y el aparato policial, acabaron diluyéndose como un azucarillo. Mubarak, que junto a sus hijos cumplió tres años de condena por la malversación de fondos públicos en la remodelación de sus palacetes privados, ha fallecido en una camilla de la UCI esquivando el destino de su vecino libio Muamar Gadafi -ejecutado a sangre fría en octubre de 2011- y el del presidente tunecino Ben Ali, fallecido el año pasado en su exilio saudí.
Mubarak ha sorteado, además, a todos sus enemigos. Su sucesor, el islamista y primer presidente elegido en las urnas del país Mohamed Mursi, murió en junio pasado a los 67 años tras un infarto y seis años entre rejas, sometido a unas dantescas condiciones. El autócrata logró incluso sobreponerse al destino escrito, la condena a morir en el cadalso que exigieron los familiares de los caídos en las revueltas de 2011 y la cadena perpetua que dictó el primer tribunal que le juzgó.
Desde su ocaso político, el piloto que se creyó un faraón protagonizó una travesía por el desierto suavizada por su condición de héroe militar y las complicidades que conservó intactas en la cúpula castrense y otros resortes del poder político y económico. Sus acólitos, miembros del disuelto Partido Nacional Democrático, han conseguido la rehabilitación política y, tras jurar lealtad al actual presidente Abdelfatah al Sisi, se sientan por cientos en el actual Parlamento.
Mubarak nació el 4 de mayo de 1928 en Kafr el Meselha, un pueblo rodeado por los campos verdes y fértiles del Nilo y situado a unos 70 kilómetros al norte de El Cairo al que nunca regresó tras ingresar en la Academia del ejército del aire. Se licenció a los 20 años y en 1967 fue designado Jefe de la Fuerza Aérea Egipcia.
En recompensa a su papel en la guerra de octubre de 1973, que permitió recuperar la estratégica península del Sinaí y le granjeó el título de héroe militar, el entonces presidente Anuar el Sadat lo nombró su ‘número dos’. Tras el asesinato de Sadat, alcanzó la Jefatura de Estado el 14 de octubre de 1981.
El último faraón inauguró su Presidencia liberando a los presos políticos encarcelados por su predecesor pero la luna de miel resultó fugaz. Se perpetuó en el poder, mantuvo vigente la Ley de Emergencia -que restringe libertades públicas y permite las detenciones prolongadas sin cargos-, creó una élite gobernante corrupta; modeló un estado policial controlado por la temida Seguridad del Estado; y no detuvo el desorbitado crecimiento demográfico ni la revolución conservadora que se propagó por el país.
El 11 de febrero de 2011 Hosni Mubarak liquidó 62 años de servicio como militar y político, jalonado por los rumores de que su hijo Gamal, al frente del partido y su comité de empresarios, preparaba su asalto a la presidencia del país. El legado de Hosni Mubarak, no obstante, sigue ahogando el Egipto de hoy.
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