La oposición interna a las reformas del papa Francisco se está desarrollando mucho más allá de las murallas del Vaticano. También las del segundo católico más poderoso del mundo, el presidente estadounidense Joe Biden. Y el epicentro de esa resistencia está hoy en una zona rural del estado de Indiana, en Estados Unidos. Allí, entre las bucólicas ciudades de South Bend y Fort Wayne vive una de las comunidades católicas más fuertes del país y el conservador obispo Kevin Rhoades es su “pastor”. De ese lugar viene, por ejemplo, Amy Coney Barrett, la última jueza de la Corte Suprema nombrada por Donald Trump y que formaba parte de una secta ultracatólica de la misma zona eclesiástica. El obispo y la jueza son apenas algunos de los integrantes del ala más conservadora de la Iglesia estadounidense que tiene como nuevo objetivo dejar de administrar la comunión a Biden por su posición en favor del derecho al aborto.
La última semana, Rhoades encabezó una rebelión interna en la Conferencia Episcopal estadounidense que terminó con los obispos votando de manera abrumadora a favor de redactar un conjunto de directrices para la eucaristía. Un documento que marque claramente cuáles son los límites y las obligaciones de los católicos para tomar la comunión durante la misa. Claramente, un avance de los ultraconservadores para delimitar las posiciones liberales dentro del catolicismo que representa Biden. Especialmente si se tiene en cuenta la homilía del 7 de junio del papa Francisco cuando dijo que la Eucaristía “no es la recompensa de los santos, sino el pan de los pecadores.”
En la conferencia de prensa cuando regresó de su gira europea le preguntaron a Biden en la Casa Blanca: ¿cómo se siente con respecto al documento que impediría que usted y otros que apoyan el aborto reciban la comunión? “Ese es un asunto privado y no creo que vaya a suceder”, fue la respuesta cortante del presidente/Infobae.
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