Mi esposa estaba escuchando un programa de radio el otro día y oyó a un hombre hablar sobre inteligencia artificial.
Mencionó una novela corta de ciencia ficción escrita por E.M. Forster llamada The machine stops (“La máquina se detiene”), publicada en 1909, y dijo que era profética.
Nosotros no sabíamos de su existencia. Sinceramente, no teníamos a Forster por un novelista de ciencia ficción, más bien lo recordamos por las adaptaciones al cine de la productora Merchant Ivory protagonizadas por Helena Bonham Carter y sus elegantes vestidos victorianos.
Compramos un ejemplar.
«¡DIOS MÍO!», como no hubiera dicho Forster.
“La máquina se detiene” no es simplemente profética; es una increíble, impactante y asombrosamente precisa descripción literaria de la vida en cuarentena en 2020.
Si se hubiera escrito hoy, seguiría siendo excelente; el hecho de que haya sido escrita hace más de un siglo la hace sorprendente.
El breve relato se desarrolla en lo que debió de ser un mundo futurista para Forster, pero no lo será para ti.
Las personas vivían solas en casas idénticas (globalización) en donde escogían el aislamiento (él usa esa palabra), enviaban mensajes por correo neumático (una especie de email o WhatsApp) y chateaban en internet a través de una interfaz de video increíblemente similar a Zoom o Skype.
“El burdo sistema de encuentros públicos había sido abandonado hacía mucho tiempo”, junto con el contacto con extraños (“la costumbre se había vuelto obsoleta”), ahora prohibido en una nueva civilización en la que los humanos viven en células bajo tierra con computadoras tipo Alexa al servicio de todos sus caprichos.
Si ya suena espeluznantemente cercano como para causarte preocupación, no te tranquilizará saber que los miembros de esta sociedad conocen a miles de personas a través de redes sociales controladas por máquinas que alientan a los usuarios a recibir e impartir las ideas de otros.
“En cierto sentido, las relaciones humanas habían avanzado enormemente”, escribe con ironía el visionario autor, antes de añadir:
“Pero la humanidad, en su búsqueda del bienestar material, había ido demasiado lejos. Habían explotado en exceso las riquezas de la naturaleza, y el progreso había llegado a significar el progreso de la máquina”.
No se me pasa por alto que estás leyendo esto en internet, en un dispositivo artificial sobre el cual todavía creemos que ejercemos dominio. No por mucho tiempo, según la historia de Forster ni, sospecho, según algunos de los cerebritos detrás de la inteligencia artificial de hoy día.
Estamos en el territorio de monstruoso de Frankenstein, otra advertencia literaria que probablemente no deberíamos ignorar.
No hay una manifestación física aterradora similar en Forster que indique que la ciencia va mal en “La máquina se detiene” (el título lo dice todo), pero eso la hace todavía más inquietante.
Los dos protagonistas de la historia, Vashti y su hijo Kuno, son gente normal, como tú o yo. Ella vive en el hemisferio sur, él vive en el norte.
Kuno quiere que su madre le visite. Ella no está dispuesta.
“¡Pero puedo verte!”, exclama ella. “¿Qué más quieres?”
“Quiero verte, pero no a través de la Máquina”, dice Kuno. “Quiero hablar contigo, y no a través de la fastidiosa Máquina”.
“¡Ay, cállate!”, dice su madre, vagamente sorprendida. “No deberías decir nada contra la Máquina”.
Ella prefiere el distanciamiento social y dar su conferencia en internet sobre Música Durante el Período Australiano a una audiencia invisible en el sillón de sus casas que acumula información histórica abstracta sin relevancia alguna para sus vidas subterráneas reales, más allá de ser una distracción ilusoria de su vacía existencia (no muy diferente a los cursos durante el confinamiento, tal vez).
No diré nada más sobre lo que ocurre – es una historia muy corta que leerás en menos de una hora – salvo mencionar que es, básicamente, una versión en la era de las máquinas de la Alegoría de la Caverna de Platón.
La Máquina (internet, para nosotros) es la cueva solitaria, sin aire y sin sol en la que existimos, la información que imparten las sombras en la pared.
E.M. Forster publicó el cuento entre A room with a view (“Una habitación con vistas”, 1908) y Howard’s End (“La mansión, 1910), dos novelas en las que explora temas filosóficos similares en torno a mundos internos y externos, verdad y pretensión.
“La máquina se detiene” apareció por primera vez en la revista británica Oxford and Cambridge Review el mismo año en que Filippo Tommaso Marinetti publicó su furioso «Manifiesto futurista» en el periódico Le Figaro.
El poeta italiano argumentó lo opuesto a la parábola profética de Forster.
Marinetti abrazó a la máquina, argumentando que un automóvil veloz era mucho más hermoso que una escultura griega antigua. El pasado era un peso muerto que necesitaba ser destruido para dar paso al futuro.
Le habría caído bien Vashti, quien, cuando viajaba en una aeronave para ver a Kuno, bajaba la persiana sobre Grecia porque ese no era el lugar para encontrar ideas: una broma irónica de Forster, dado que la idea para su cuento, vino de la Atenas de Platón.
Eso es todo en cuanto a bromas en una novela donde realmente no existen cosas como la comunidad o la experiencia directa, y es imposible alejarse del constante zumbido de la máquina sin pedirle al Comité Central un permiso para salir al exterior.
En ese momento, te colocas un respirador y te aventuras en el mundo real.
Como dijo el hombre de la radio, es profética. Y muy, muy buena.
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