Midiendo sus breves palabras pero enviando un mensaje muy claro a Ankara, el Papa Francisco se ha manifestado este domingo «muy dolorido» por la decisión del presidente turco Recep Tayyip Erdogan de convertir en mezquita la histórica basílica de Santa Sofía de Estambul, declarada museo en 1934 y actualmente Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Durante su encuentro para el rezo del ángelus con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, el Papa ha recordado la Jornada Internacional del mar y ha añadido en tono triste: «el mar me lleva mi pensamiento a Estambul. Pienso en Santa Sofía, y estoy muy dolorido».
Francisco no ha añadido más, pero era un mensaje inequívoco, que se suma al de los líderes de las Iglesias Ortodoxas y al del Consejo Mundial de las Iglesias, del que forman parte 350 confesiones. El presidente Erdogan, que viola sistemáticamente la ley internacional con sus ataques a los kurdos en Siria, tampoco ha escuchado el llamamiento de la UNESCO a no cambiar el estatuto de la histórica basílica cristiana.
Desastrosa situación de los marineros
En otro terreno igualmente crítico pero menos conocido, el Vaticano ha recordado este domingo la desastrosa situación de cientos de miles de marinos dispersos por todo el mundo a los que no se les permite bajar a tierra por miedo al contagio de coronavirus o no cuentan con aviones para regresar a su país una vez terminados sus contratos.
Con motivo de la Jornada Internacional del Mar, el Papa Francisco ha dirigido este mediodía «un afectuoso saludo a todos los que trabajan en el mar, especialmente a los que están lejos de sus seres queridos y sus países».
Domingo del Mar
El Santo Padre llamaba de ese modo la atención sobre el Mensaje para el Domingo del Mar, publicado dos horas antes por el cardenal Peter Turkson, prefecto del departamento de Desarrollo Humano Integral.
Según el cardenal, «los buques, que transportan alrededor del 90% de los productos que nos permiten llevar una vida normal en estas difíciles circunstancias, como productos farmacéuticos o equipamientos médicos, siguieron navegando», pues el transporte marítimo es esencial no solo para hacer frente a la pandemia sino también para la reactivación económica mundial.
Sin embargo, «miembros de la tripulación, que ya habían pasado entre seis y diez meses embarcados, han tenido que soportar un grave inconveniente: la ampliación de su periodo de trabajo».
Todavía peor es el caso de «los 100.000 marinos que cada mes, finalizan sus contratos y están impacientes por regresar a casa, pero no han podido hacerlo debido al brote del COVID-19 y posterior cierre de las fronteras nacionales y cancelación de vuelos».
Al mismo tiempo, según Turkson, «miles de marinos que estaban preparados para embarcarse con un nuevo contrato, se quedaron confinados en hoteles y dormitorios en todo el mundo, teniendo a menudo que depender de instituciones caritativas para satisfacer sus necesidades básicas, como alimentación, higiene, adquisición de tarjetas SIM, etc.».
En muchos países, debido la negativa de las autoridades a permitir el desembarco o las visitas médicas a bordo, a la imposibilidad de obtener licencia para «los marinos embarcados sufren el aislamiento y un grave estrés psicofísico, que lleva a muchas tripulaciones al borde de la desesperación, llegando incluso a cometer suicidio».
Para colmo, según un informe internacional, «durante los tres primeros meses de 2020 se ha registrado un incremento del 24 % en el número de ataques e intentos de secuestro por parte de piratas, con respecto al mismo período de 2019».
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