TEGUCIGALPA, HONDURAS
El Inter acabó con toda esperanza de milagro del Barcelona al imponerse con solvencia al Viktoria Plzen checo (4-0), al que dominó, pese a un inicio protagonizado por los nervios generados por la situación, con la suficiencia de un equipo clasificado merecidamente para los octavos de final de la Liga de Campeones en el ‘grupo de la muerte’.
En un San Siro vestido de gala, no falló el Inter a su gran cita con la historia reciente del club, que se clasifica por segunda vez a los octavos de final en la última década, de manera consecutiva además, al tiempo que elimina matemáticamente al Barcelona de la Liga de Campeones.
La consigna de los ‘nerazzurri’ era simple: ganar o ganar. No había excusa, había que lograrlo a todo coste para evitar jugársela ante el Bayern en la última jornada. El mensaje caló hondo en los once elegidos de Inzaghi, tanto que el inicio fue algo dubitativo.
En los primeros minutos, el conjunto local dejó la sensación de que iban por debajo en el marcador, jugando al borde de la desesperación, buscando un gol a cualquier precio, dejándose arrastrar por la emoción de los aficionados, por la grandeza de la situación, por el vértigo de tenerlo tan cerca.
Entre errores en salida e imprecisiones en zona de tres cuartos llegó la primera ocasión clara en forma de triple disparo. Primero Dimarco, después Mkhitaryan y de nuevo Dimarco se estrellaron con un sólido Stanek, que paró todo lo que pudo.
Se fue soltando el Inter con el paso de los minutos viendo que tenía domado a un Plzen que no generó peligro y dominó claramente el partido. Pero seguía sin llegar el gol y las alarmas, los malos pensamientos y los fantasmas empezaron a asomarse por San Siro. Lo intentó Lautaro con una volea que sacó Hejda con una pierna. También Calhanoglu con un disparo lejano que se estrelló en Dzeko.
No parecía haber forma de descorchar la botella. Defensivamente estaba todo controlado, el Plzen no generaba peligro. Faltaba lo más importante, y de ello se encargó Mkhitaryan en el minuto 35.
Bastoni, descomunal por el perfil zurdo, sacó un centro preciso tras una buena cabalgada por la banda al que no llegó Dzeko, pero al que acudió al segundo palo libre de marca el armenio para, con la testa, desbloquear el partido. Casi se pudo palpar el suspiro general de San Siro y de los jugadores locales. Lo más difícil estaba hecho, merecidamente además.
A partir del gol el Inter fue otro. Mantuvo el dominio, pero lo disfrutó animado por una grada alegre, que empujó a los suyos al segundo tanto para espantar cualquier atisbo de sorpresa. Lo hizo Dzeko, que finalizó una preciosa jugada que define a la perfección a este equipo: Barella aprovechó la profundidad de Dimarco, con un control y un pase en carrera dejó el balón perfecto para el bosnio, que solo tuvo que empujarlo. Cuatro toques fueron suficientes para marcar. Abrió y cerró el partido el Inter desde la banda izquierda, desde Dimarco y Bastoni.
No bajó el nivel el Inter en el segundo acto y pudo aumentar su ventaja si un poste no hubiera rechazado el disparo de un Mkhitaryan muy acertado en todo el encuentro, siempre escoltado por Barella y por un Calanhoglu perfectamente adaptado a su nuevo puesto sustituyendo a Brozovic.
La banda izquierda continuó siendo un peligro constante interista. Dimarco generó todo el peligro del partido y, con otra jugada ‘made in Inter’, el carrilero italiano dejó mano a mano a Lautaro contra un gigante Stanek, que fue el mejor del Plzen.
Dumfries, Dzeko, Lautaro, Dimarco, Mkhitaryan… Fue un acoso constante de un Inter que volvió a encontrar el gol por medio de Dzeko, que definió dentro del área con la pierna izquierda asistido por Lautaro.
La felicidad de la noche interista no la completó un gol cualquiera, sino el tanto de un Lukaku que regresó al campo de un tras una lesión de dos meses. La fiesta se desató en los minutos finales en la grada. Atrás quedaron ya los malos momentos con los que inició la temporada el Inter.
El retorno del ariete belga fue la guinda a una noche perfecta en la que el Inter, con dominio, madurez, solvencia e identidad se reencontró con Europa tras diez años sin pasar a octavos.
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