Bullshit por Thibault

Harta tontería
Por: Thibault

Andrea se quita el suéter para sentir el fresco de la noche. Sabe que el dolor no se quita con
más dolor, ni el odio con más odio. El viento sobre su piel eriza sus pelos, y se siente más viva
que hace un minuto. Hace un minuto que se fue. Hace un minuto que dejo de ser parte de su
historia.
La necesidad de abrir aún más la puerta deslizable de la terraza crece con cada segundo.
Siente un nudo en la garganta pero trata de ignorarlo. Traga, se dice, traga…respira, respira
profundo. Mariano no fue Gonzalo, y Gonzalo no fue Enrique. Pero Mariano esta doliendo más.
Sabe que un cigarrillo es cura pero no se atreve. Enciende entonces el tocadiscos, Os
Mutantes, A Minha Menina tal vez, mas una copa de vino. Andrea siempre ha pensado que
con cada relación uno encuentra una oportunidad de crecimiento, en valores, en paciencia.
Pero Mariano no fue eso. Mariano fue locura. Y fue con Mariano que conoció a Isabel.
Isabel era de las mujeres que Mariano traía en la bolsa. Andrea ya lo sabía. Entre ellas también
estaba Karla, pero Isabel era diferente. Mayor de edad, independiente, pero sobretodo guapa.
Aún si todo esto lo reconocía con prudente orgullo, dominaba cierta ola de incertidumbre y
debilidad, que le hacía sumamente más atractiva. Y con eso, era suficiente para mirarla por
más de un minuto. Y fue con un minuto que Andrea lo supo.
Mariano la trajo a una de esas fiestas compartidas. Esa fiesta que no tiene dueño, esa fiesta
que no tiene principio ni fin, solo duración. En las que te desconoces y te reencontras. Esas en
las que perderte es un sui generis.
Isabel venía vestida con una camisa cuello alto, manga larga, de flores, lo suficiente
transparentes para ver su brassiere negro, con unos pantalones negros ajustados y botas
roqueras. Lapiz labial rojo, delineador negro grueso. El pelo suelto, un pelo suave y lacio, largo
hasta las costillas. Y su olor. Un perfume muy femenino pero también muy vulnerable, un
aroma suave y adictivo.
Aún si Mariano e Isabel se la pasaron juntos toda la noche, Andrea no pudo dejar de
supervisarlos. Ya no era solo Mariano, con su melena negra cubriendo su frente, ni su barba
desarreglada, ni sus pantalones flojos y sus botas de militar…era también Isabel. Era Isabel y
su sonrisa, Isabel y su cuerpo angosto, Isabel y su nombre.

No fue hasta que los interrumpió en una discusión íntima sin pretexto que Andrea logro
encontrársela. Mariano las introdujo. Con mucha sospecha, Isabel se acercó y beso su mejilla.
Y esa aroma invadió las narinas susceptibles de Andrea durante toda la noche.
Bailaron juntas, cantaron juntas, rieron juntas…fumaron juntas. Isabel.
Fue en una particular canción que Andrea decidió besarla. Sintió sus dientes chocar contra los
suyos, pero también el intercambio de saliva, y su lengua. Andrea supo, supo que fue un beso
correspondido. Al poner su brazo derecho alrededor de su cadera, y luego su dorso. Pero
también su brazo izquierdo alrededor de su cuello, subiendo poco a poco por detrás de su
oreja, su cabeza, acariciando suavemente…Fue allí donde supo que entre Marianos y
Gonzalos, también iba a estar Isabel.

Pasaron las horas y las canciones, los pasos y las amenidades, cuando Mariano decidió
preguntarle a Andrea si gustaba irse con ellos. Al llegar al apartamento de Mariano, no pudo
más que observar las múltiples fotos que tenía de su novia y él. Ariana siempre fue buena
persona, se decía Andrea, pero siempre muy ingenua…con la larga distancia no irían a durar.
Isabel se quito su chaqueta y le quito la chaqueta a Mariano. Colgó ambas en el perchero y
ofreció tragos. Andrea no sabía que hacer, con una incomodidad que esconde un deseo,
atendió la música y se sentó en el sofa. Mariano se acercó y comenzó a besarla. Mariano
siempre estaba lleno de deseo, y eso se reflejaba al besar. Era un beso ansioso, prolongado,
precoz, llenos de suspiros de deseo y descontraste, casi inapropiados. Fue en uno de sus
suspiros que interrumpió el beso y jalo a Isabel del pantalón. La sentó sobre el y empezó a
besarla, mientras acariciaba a Andrea. Andrea los observó por varios minutos, hasta que
agarro valor para tocar a Isabel. Fue en ese contacto oportuno que Isabel se separó del intenso
beso de Mariano para ver a Andrea. Por unos instantes, Andrea se sintió vulnerable…pero fue el beso
de Isabel que le regreso fuerzas. Fuerzas que solo había sentido durante sus conciertos con la orquesta.
Se besaron por tiempo suficiente para reconocerse y encontrarse. Isabel hizo ademán de
levantarse de las piernas de Mariano pero Mariano le agarro. Con esa interrupción, todos los
deseos y vulnerabilidades se trataron metódicamente en el cuarto de Mariano, a su ritmo, a su
stanza. Pero Isabel, ese recuerdo agudo de un personaje persistente, ese recuerdo fugaz pero
constante de felicidad y tristeza, permanecía, junto a su perfume. Andrea entendió que debía
buscarla, debía encontrarla, debía confrontarla. Aún si era más el miedo que el deseo, Andrea
sabía que era un problema con solución y entonces debía solucionarlo.

Fue así como primero se acercó a Mariano. En un ademán de averiguar más cosas de Isabel,
terminaron en la cama. Y con eso Mariano se abrió.
Isabel era una mujer comprometida de treintaicuatro años. Su prometido estaba en otro estado
y ella nunca había considerado la necesidad de engañarlo hasta que conoció a Mariano. Un
muchacho joven, muy inteligente, muy sigiloso. Mariano, como una serpiente, se enredaba en
tus entrañas, en tus deseos, en tus quehaceres…con sus dedos largos y finos, sus brazos
fuertes y peludos, su melena larga y despeinada, su barba de días y sus manierismos de
sabelotodo. Isabel cayó como anillo al dedo, como vino a la copa, y Mariano como Paris a
Francia, como Francia a Paris.
Con tal descripción, Andrea no pudo más que confirmar sus deseos, sus ilusiones y
desilusiones. Debía encontrarse con Isabel. Debía cerciorarse de lo que sentía.
No fue hasta semanas después que recibió un mensaje de ella, invitándole a una rendez-vous.
Andrea, con el típico nerviosismo del primer encuentro, tardó en preparase. Vestido o falda,
pantalón o jeans, sudadera o saco, botas o tacones. Con la decisión entre manos, tocó el
timbre treintaminutos antes de la hora indicada y la recibió un roomie, Antonio. Antonio le
indico la sala, y Andrea espero. Hasta que Isabel bajó, vestida, perfumada, fresca. Le saludo
de beso y se sentó frente a ella.

Después de una conversación superficial, Andrea decidió decirle a Isabel. La atracción que
sentía por ella no parecía ceder. Quería saber si era correspondida. Por un momento, Isabel
parecía incomodarse, pero asintió. Al sonreír, sonrojarse, se levanto de su asiento y se sentó
cercana a Andrea. Le acarició su rostro. Le miro a los ojos. Sonrió y busco sus ojos. Le besó. Y
luego, le dijo a Andrea que su amor por Mariano no tenía fondo, no tenía fin, no tenía sentido.
Pero que era un tatuaje con el que estaba decidida a vivir.
Con un inmenso dolor, Andrea se levantó. Tomó sus cosas y se fue.
Días después, fue Mariano el que tocó su puerta. Fue Mariano el que se le acercó a decirle que
todo tenía que terminar. Fue Mariano el que introdujo a Isabel y la extrajo sutilmente de su
vida. Fue Mariano el único que se despidió. Fue Mariano el que marcaba el inició y fin de una
historia incompleta, una historia impertinente, una historia que te estoy contando. Fueron los
pasos de Mariano, su perfume, su voz y su humor y no el de Isabel, las características que
predominan ese recuerdo, ese deseo, ese tiempo. Esos minutos que pudieron ser distintivos
pero se pierden con el frío de la noche, el olor del cigarro y el tono de Os Mutantes.

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