Cuando vino, lo esperé en el aeropuerto junto a muchos otros desconocidos que estaban en mis mismas circunstancias. Había en una esquina un muchacho de unos 25 años con unas flores. Una señora y su hija bebe sentadas en el piso. Dos abuelitos parados junto al café. Dos colegas hablando del porvenir. Pero me sentía sola, ahogada en mis sentimientos de emoción y cariño por ver al amor de mi vida. Espere mas de media hora. Supuse que yo había llegado tarde como siempre, pero no era así. Espere más de media hora, pero olvide tan tremenda espera al ver salir a mi padre con su maleta en manos, su mochila cargada y su celular en la otra, buscándome. Era el amor de mi vida.
Hizo una pausa cuando me vio y en broma busco alrededor como tratando de encontrarme, aunque sabíamos ambos que yo ya le había visto. Caminamos para encontrarnos y lo abrace. Era el amor de mi vida.
Hablamos mientras caminábamos por el taxi. Le pregunte sobre su vuelo, la comida, la conexión, las revistas, las películas del avión, etc. Me dijo convencido que Patagonia era su plan próximo y se lo creí. Ambos ocupábamos vacaciones.
Apenas nos habíamos visto en diciembre, pero se sentía una eternidad desde que me había despedido de el en el aeropuerto de mi país. Lo extrañaba, pero nunca se lo decía. No eran cosas que se debían decir.
Me pregunto: “¿Cuáles son los planes?”
Venía por algo en particular, para comprar un carro. Pero eso solo era un bluff sobre la verdad de los hechos. Venia por mi. No venia en particular porque me extrañaba más, o por que me quería más… Venia porque le preocupaba mas. Y sin darse cuenta, me hería cada vez que mencionaba la necesidad de su presencia para comprar un carro.
Almorzamos en un lugar cerca de la agencia. Luego fuimos a la agencia, concretamos asuntos financieros y regresamos a casa para esperar a mi hermana.
Al llegar a casa me dijo: “La tiene muy bonita”. Yo sonreí. Me esmeré mas de un mes en arreglarla para que se sintiese cómodo. Había triunfado.
Mi padre era como cualquier padre. Preocupon sin hacerlo notar. Buena onda, pero enojado cuando debía serlo. Comprensivo sin mencionarlo. Paciente. Con una mente amplia y positiva. Muy exitoso y muy visionario. Amaba cada una de las características de mi padre. Ninguna de sus acciones eran de más. Sin embargo, le había costado una vida aprender a expresar cariño, sobre todo considerando que su ambiente es predominado por la presencia del sexo femenino. Aún así, yo crecí con la ausencia de afecto de tal manera que nunca fue un necesario en mi vida. Y mi hermana, si alguna vez lo necesito, lo obtuvo en circunstancias características de la vida: el noviazgo y la amistad. Y, por lo tanto, con eso siempre basto. El afecto en mi familia se comunicaba por medio de las miradas y las acciones. Pero nunca fue en palabras y nunca fue en contacto físico. Y doy gracias a Dios por ello.
Al día siguiente me levante para ir a trabajar. Tenía poco que hacer, pero mi trabajo me quedaba lejos. Mi hermana debía ir a la escuela y por tanto mi padre se quedaba solo en el apartamento. Le dimos una llave para que gozase de independencia en nuestra ausencia y nos propusimos una hora para vernos juntos. Pese a todo, yo no pude llegar hasta tarde, con tiempo suficiente para ir junto con mi padre a traer a mi hermana. Ella había insistido y era por lo tanto una obligación máxima.
Estando en su universidad, esperamos en unas mesas y nos pusimos a platicar. A platicar cosas de la vida. Como si fuese un amigo de los viejos tiempos. Desde su llegada había compartido conmigo intimidades del pasado que nunca pensé se me iban a revelar con tanta premura. Y lo tomaba como un signo de respeto hacia mi entrada en la edad adulta. Lo goce con capricho.
Las platicas no me enseñaron otra cosa que la realidad de la vida. La vida cuesta, la vida duela, pero es la vida.
“Tu abuelo estudio Ingenieria primero. Pero al haber prometido graduar a tu abuela, dejo la carrera y permitió que ella terminara la suya. Luego de eso volvió a comenzar otra carrera. Y opto por Economía. Fue muy bueno en lo que hacía.”
Mi abuelo sufría de demencia y enfermedad de Parkinson. Desde hace más de 9 años había perdido la conciencia del presente y como José Aureliano Buendía vivía prendido del pasado sin reconocer a las personas en frente de el.
Mi abuela, una mujer muy fuerte, quien, a su edad, ya entrada en los 70 años, seguía trabajando. Recuerdo que, al cumplir los 60 años, momento en que se vio obligada a jubilarse, mi padre le encontré trabajo con su socio y se convirtieron en el trio indisoluble. Cuando mi abuelo empezó a sufrir todos los percances de los años y una mala salud, ella se hundió en el trabajo. Pero poco a poco tomo riendas del asunto y se encargo de todas las tierras de mi abuelo y sus finanzas para mantener vivo el sueño de su esposo. Y hasta le momento, sigue viviendo su sueño y el de su esposo. Cada que los miro juntos, el perdido en un mundo propio del pasado y ella con su cabeza en alto viendo el presente de su esposo y de ella, entiendo como el amor supera dimensiones y te da la fuerza para sobreponerte a cualquier tempestad.
Ambos criaron a unos hijos muy nobles. Mi padre, siendo el hermano menor, nunca causo tanto problema. Y mi tío, a pesar de las piedrillas en el camino, logro su acometido y se convirtió en un excelente profesional, respetable, con una familia muy linda. Digo, a pesar de las piedrillas en el camino.
“Pero son esas circunstancias las que te hacen fuerte. Tu mama y yo fuimos becados por el militar. Sin esa beca, no hubiésemos podido sobrevivir.”
Y fue justamente esa beca la que permitió que no solo ellos, sino que muchos otros sobrevivieran. Con esa beca compraron un carro. Y así concluyen que es necesario que nosotras tengamos el nuestro. Con esa beca viajaron y conocieron el mundo lo suficiente para decirme, hasta estos momentos de la vida, que hay países que simplemente no vale la pena el gasto. Con esa beca pagaron los pasajes de sus padres. Los dos suegros viajaron con ellos por todo Europa, bebieron casi todo el alcohol disponible y se quitaron la goma con todo el alcohol sobrante del día siguiente. Y aunque no viven ni están lo suficientemente conscientes para contarlo en estos momentos, sus hijos si lo cuentan. Y con ello se puede llegar a la conclusión de que, si en la pareja no hay amistad, tampoco la habrá entre las familias. Por tanto, se que mi abuelo murió tranquilo sabiendo que su hija preferida estaba en buenas manos. Por tanto, confío mas en mi padre que en cualquier otra entidad en la tierra.
Con esa beca ayudaron a mi tío cuando ya casado y con un hijo, seguía estudiando su posgrado. Con esa beca se dieron gusto antes de regresarse a mi país a buscarse una nueva vida, esperando una nueva vida.
“No queríamos regresar, pero era un acuerdo con el militar.”
Llegaron a trabajar como esclavos a pesar del nivel educativo que tenían. Mi madre no dejo de trabajar hasta que su fondo uterino le impidió hacerlo. Mi padre siguió buscando trabajos hasta que obtuvo, como en la actualidad, cuatro puestos distintos. Vivieron bajo el techo de mi abuela hasta que lograron encontrar un lugar digno de alojarse a un barato precio. Sin embargo, hicieron de esa casa un sueño para ambas. Con nuestros perros, con nuestro jardín, con nuestros vecinos. Con los carros donde escondía pedazos de juguetes y comida. Con las bicicletas y scooters, sin olvidar todos los raspones posibles que nos dimos en las rodillas hasta dominarlos. Inclusive las niñeras: unas aprovechadas con el Benadryl, otras aprovechadas con las novelas venezolanas, otras cariñosas con la maternidad encima, otras que se quedaron para nunca irse, como Isabel.
“Muchas cosas salieron bien y otras pudieron salir mejor, pero yo estoy satisfecho con lo que les hemos dado.”
“Yo también papa.”
Aunque nunca me he dado a la tarea de pensar que ha sido todo ello.
Recuerdo la escuela católica, en la que mi único acto católico era cantar en el coro de la Iglesia y llorar cuando se murió el Papa. Recuerdo el higo chol, lleno de bohemios y gringos que me convencieron por completo de que mi futuro era la literatura sin discusión alguna. Recuerdo el viaje a Disney, donde los únicos que disfrutaron fueron nuestros familiares al ver las fotos de recuerdo de nuestras caras cansadas, nuestras ropas mojadas y las piernas hinchadas de mi mama. Prometimos nunca volver. Recuerdo los viajes a Nueva York a la casa de mis tíos, los funerales a los que nos forzaban a ir, las caminatas por el Central Park, las obras en Broadway, WTC, las compras, las películas, la música, la luz, la gente. Y nunca olvido como comía la pasta de mariscos en la pequeña Italia con el hambre de dos estómagos en el cuerpo de una niña de 8 años. Pero también recuerdo en años más recientes la independencia de los viajes. San Francisco, donde nos perdimos hasta encontrar solas el centro comercial, el barrio chino y el hotel. Europa, donde me convencí de que España no era para mi, que Francia era un lugar sucio y que Italia era un ensueño de ciudad en sopor del olvido. Y por supuesto Argentina, donde junto a esas canciones románticas y melancólicas de Soda Stereo me enamore finalmente de una ciudad en el mundo.
Recuerdo todo el sacrificio que hacia mi mamá por llevarnos de compras y llevarnos al gimnasio, que, aunque costaban muchísimo de su tiempo, nunca se asemejo al sacrificio que hacia cada viernes que queríamos salir de fiesta. Recuerdo cuando nos trajeron a la primera perrita después de la muerte de los perros españoles. Luego vino la segunda y mi madre me regalo la tercera. Y se hizo un zoológico en mi casa de perros con personalidad de humanos y humanos sin la vergüenza de admitirlo.
“¿Y tu hermana, está feliz?”
“Si, yo creo que si. Si no, no te hubiese pedido venir por ella.” El sabía que tenia razón. Sin embargo, su pregunta era solo la antesala a muchas otras.
“¿Y usted está feliz?”
Baje la cabeza, odiaba esa pregunta. Estaba a punto de terminar mi carrera, pero había un mal sabor en mi boca que no me quitaba ni con un cigarro.
“Se puede decir que si. Ya voy a terminar, eso es algo.”
“Si, ya va a terminar. Siéntase orgullosa.”
Y después de tantas cosas que habíamos compartido, después de escuchar tanto sufrimiento vencido por la alegría del triunfo que pensar en mi graduación y en el poco trabajo que había tomado no me sentía para nada orgullosa. Pero no quería decírselo. No lo iba a entender. Para el, el trabajo de un padre es no permitir que sus hijos sufran. Y es por eso que nos habían mandado juntas a estudiar, a una misma escuela, con todas las comodidades habidas y por haber. Se me hacía difícil comprender cuando me tocaba a mi experimentar ese sacrificio para disfrutar de mis propios logros.
“Ya viene Lorena.”
Sonrió. Pero en su sonrisa escondía una expresión de duda y preocupación inalterable. Y no tenia manera de quitársela puesto a que yo tampoco sabia como quitarme mi propia duda y mi propia preocupación.
Regresamos a casa. Intercambiamos vivencias del día y coincidimos en pasar el día siguiente juntos para luego despedirnos. Iba a ser un largo día.
Al despertar, desayunamos ligero y nos fuimos a la catedral. Compramos recuerdos para el pueblo y nos fuimos directo a las compras. Almorzamos juntos y regresamos tarde al apartamento para ir a cenar y despedirnos. Le había ayudado a mi padre a comprarse cosas para el trabajo: tenis, camisas, etc. Y lo mismo para comprarle a mi madre. Aprovechamos para comprar mas cosas para el apartamento y hacerlo mas acogedor.
La cena fue tranquila. Típica cena en la que todos se tienen que despedir, todos quieren llorar, pero nadie se atreve; todos tienen algo que decir, pero se lo tragan; todos tienen algo que esconder, pero no son conscientes de ello; todos tienen promesas, pero se las guardan para no crear expectativas falsas.
Y yo, con una caja de pandora en el corazón, miraba a mi padre con singular alegría. Su presencia quitaba de mí todos los temores que mi mente inventaba ante la debilidad del corazón. Y sabia que, al hacer esta visita, el lo sabia. Lo sabia y mi amaba lo suficiente para no decirlo. Para no obligarme a admitir que de entre las dos, entre las tres realmente, era la que mas lo necesitaba. Y su respeto hacia mi era lo único que me llenaba de valor para seguir adelante.
Ahora, cuando los roles se intercambian y estoy yo aquí para darte fuerzas, tampoco lo admitiré, por que tu nunca lo hiciste y con eso me distes la fortaleza y la voluntad necesaria para luchar contra las adversidades que trae consigo el verbo vivir.
Te fuiste un domingo en la madrugada. Me dejaste acompañarte al taxi. Nos dimos un abrazo parcial. Nos vimos a la cara y ninguno lloro. Porque no era tiempo para llorar. Ni lo es ahora.
Ahora te vengo a ver, vengo a ver al amor de mi vida, para darte un poco de todo lo que vos me distes. Para que no te falte nada como a mi no falto. Para explicarte por que sos vos el amor de mi vida. No explicarte, convencerte, que te lo mereces todo. Siempre te lo has merecido, pero hasta ahora me doy cuenta.
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