Con auriculares, 18 sujetos yacían en silencio mientras una máquina funcional de imágenes por resonancia magnética (fMRI, por sus siglas en inglés) zumbaba alrededor de sus cabezas, enviando algunas palabras en diferentes idiomas.
Escucharon mientras una voz femenina recitaba una famosa línea de un querido libro infantil, «El Principito».
«Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos», dijo la voz suave, primero en español, luego en húngaro.
Entonces la voz comenzó a recitar una serie de palabras sin sentido.
Dos de los 18 sujetos estaban familiarizados con el español pero nunca habían escuchado el idioma húngaro. Los otros 16 hablaban bien húngaro, pero nunca habían oído hablar español. Las palabras sin sentido eran, por supuesto, galimatías, desconocidas para cualquiera de los sujetos.
Todo fue un experimento diseñado para ver dónde y cómo se iluminaba el cerebro cuando se exponía a idiomas familiares frente a idiomas desconocidos, o habla natural frente a habla codificada.
¿El resultado? Efectivamente, los escáneres cerebrales mostraron diferentes patrones de actividad en la corteza auditiva primaria cuando se pronunciaban palabras sin sentido que cuando se producía el habla natural. También mostró que áreas únicas del cerebro se activaron cuando se habló un idioma desconocido en comparación con cuando se escuchó un habla familiar.
Es posible que esos resultados no sean sorprendentes, hasta que te das cuenta de que los 18 sujetos eran perros.
COMENTARIOS