En las comunidades de las falda del volcán Iztaccíhuatl habitan sabios. Sabios que usan su conocimiento para el bien. Ellos ofrendan a su deidad para pedir buen clima. Comprenden las reglas de la naturaleza y saben que dependemos de ella.
Se encuentran en Amecameca, un pueblo mexicano en el Estado de México ubicado en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, un volcán sísmicamente activo en el centro de México. En este espacio conviven los tlaloques; hombres y mujeres elegidos por la deidad prehispánica Tláloc: el regente de la lluvia, morador de la montaña. Son un pueblo de Graniceros que respetan a la montaña. Ellos hablan con la lluvia. Reciben mensajes del musgo, del bosque, del aire. También reciben mensajes durante el sueño y queda en ellos obedecer.
Aquí la mezcla y fusión de las tradiciones culturales luce en su máximo esplendor, donde la cultura náhuatl original se preserva sobre la cultura española cristiana. Es un pueblo donde las costumbres antiguas perduran y se veneran en este mundo contemporáneo. En los hogares se arman altares de colores, con símbolos variados y al frente se encuentra una cruz con una mazorca en lugar del cristo doloroso. Todo dedicado a Tláloc, a los espíritus del viento y al agua para obtener sus favores y recibir su mensaje.
En su cultura para ser capaces de interpretar el lenguaje de los espíritus el tlaloque debe ser exitoso en su misión ritual. De ser así recibirá de vuelta el mensaje de Tláloc y lo podrá comunicar a tiempo a la comunidad. Si esto sucede, los campesinos podrán adelantarse y lograr hacer los cambios necesarios para que el temporal no sea tan cruel con la cosecha.
Tierra de elegidos
Ser elegido en la legión de los tlaloques, es un puesto sumamente respetado entre la comunidad, requiere de cumplir una serie de rigurosos requisitos. Parece que se necesita una convicción de acero; ser comunitario, ayudar al prójimo; conocimiento profundo de la historia y cultura, de la tierra y las nubes. Y también, sobrevivir el golpe de un relámpago; acto definitivo del designio de Tláloc.
En la cosmovisión de su cultura, la lluvia vive y elige al también llamado tiempero. “Fue un día, justo a las 4 PM. Yo estaba trabajando la tierra cuando de pronto vi una luz, vi su filo. Sentí la fuerza del relámpago. Me empujó unos 5 metros. Me chicoteó”, describe Gerardo Perez aquel día en que fue elegido por el dios de la lluvia. “Tardé en reaccionar. Sólo sentía un ardor en mi brazo. Me desnudé inmediatamente. Me llevaron con la mayora del pueblo. Ella me curó. También le conté de los sueños que tenía. Ella me escuchó y me dijo: «De aquí en adelante eres el custodio del Sacromonte; eres el elegido». Desde entonces sueño, desde entonces me encargo de las ofrendas al cerro sagrado del Sacromonte”, dice al referirse a un cerro sagrado justo frente a Amecameca. Conto Gerardo para vice.
Una de las ofrendas más importantes sucede durante el mes de mayo, cuando suben a su respectivo cerro y montan los altares para pedir las lluvias necesarias para un año de abundancia agrícola. Montan los altares, repletos de ofrendas: mole, arroz, frijol, dulce de ciruela, manzanas, pulque, tabaco. Sólo después de montar este altar bajo una rigurosa reglamentación, donde los símbolos deben colocarse correctamente, y cuyas instrucciones de como armarlos se les es presentado en los sueños, podrá calmar la furia de los dioses de la montaña y obtener el agua a favor de la comunidad.
Vínculos con la tierra
La gran mayoría de las personas en Amecameca aún mantienen un fuerte vínculo con la tierra. Muchos siembran maíz criollo; de él se alimentan, gracias a él se curan. Y así como notan a una planta cambiar su forma al germinar, al sacar sus primeras hojas y crecer su tallo, así mismo notan los cambios en los temporales.
Don Jaime ha notado los cambios en la temperatura en los últimos años. La falta de agua. No solamente porque ahora debe sembrar su milpa meses después de lo que anteriormente lo hacía, lo cual significa que la planta deberá enfrentar nuevos retos como plagas y la entrada del frío, elementos que antes no eran un problema cuando el ciclo era normal, conocido. “También llegaron las urracas con el calor. Antes no volaban por estos rumbos. Por eso sabemos que el clima está cambiando”, comenta con una nueva preocupación para evitar que estas vivarachas aves no devoren todos los brotes de su milpa. Él también es tiempero, granicero, un tlaloque a la orden de Tláloc.
“El temporal no es seguro. El cielo se altera. El calentamiento es un proceso de limpieza, de lo que no funciona. La tierra se renovará. La pregunta es si seremos parte de ese ecosistema”, agrega Gerardo.
Cada uno de los graniceros podría decir lo mismo que un vulcanólogo experto, pero su forma de entenderlo es mediante la observación profunda. En el cambio en el ritual de apareamiento de las luciérnagas, en el color del musgo y el crujir de los árboles. Según comenta el antropólogo Ramsés Hernández para vice, «para los graniceros de Amecameca no existe una separación del paisaje, ellos también son paisaje ecológico. Y la forma que ellos utilizan para comunicarse con la naturaleza es mediante el ritual». “El ritual es el saber ancestral que busca regular la vida del hombre en sociedad con la naturaleza… bajo una lógica campesina de reciprocidad en relación con el cosmos, la naturaleza, los difuntos y los santos”.
Por eso mismo, Gerardo y sus compañeros suben a la montaña cada que sienten el llamado. Respecto a las nuevas generaciones, lamenta mucho que los jóvenes ignoren estas tradiciones. “Esperan a un mago que aparezca un conejo de la gorra. Creen en muchas fantasías cuando la verdadera magia es estar en sincronía con la naturaleza”. El estar en contacto con la naturaleza es el primer paso para recibir sus mensajes.
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